domingo, 12 de agosto de 2007

La competencia: ¿Quién se toma el primer café?

-Amiga linda, te presento a una chica que te quiere conocer. Muérete que le he hablado de ti durante mucho tiempo y hasta ahora es que logro que coincidan… Ella también conoce a Julio, tú sabes, el pana ése al que tú le quieres hacer una estatua y estoy segur…

-Hola, ¿cómo estás? Amanda habla demasiado, ¿cómo la aguantas? Yo me la calo sólo porque es casi de mi familia… Karmas, chica… Karmas de uno…

-Sí, jajaja… Mucho gusto, me llamo Luna.

-Yo me voy. Las dejo para que conversen.

-¿Y cómo te va con Julio? Es genial, muy buena gente… Suficiente para tener jornadas felices y productivas a excepción de casi todas las que se dan en este manicomio, ¿no?

-¿Qué tanto lo conoces?

-Dos años. En realidad, desde que llegué aquí. Me ayudó a resolver todas mis novatadas, ¿qué te puedo decir? Ya estoy en ese punto en que lo amas y lo odias a la vez, pero no me puedo quejar.

-Chama, ¿Julio es gay?

-¿Gay? ¡No! –Respondí entre risas-. Tiene hijos y todo… ¿Lo preguntas por…

-Su amistad con Dieguito, tú sabes –interrumpió intentando conseguir una complicidad que no se había ganado.

-Tú lo has dicho: Son amigos.

-Entonces Julio está por divorciarse, ¿no?

-No lo sé… ¿Por qué tanto interés? –Pregunté al borde de un disimuladísimo ataque de celos.

-Es que… Me da cosita –dijo intervenida por una risita hipócrita.

-Bueno, entonces olvidemos el asunto y ya –respondí intentando desarmar mi cara de pantera cuidando a su presa.

-No, no… Es que él me echa los perros, chama…

“Degenerado viejevo picaflor… Menos mal que no soy la esposa sino una potencial cacho, potencial colega de esta necia. El sindicato de cachos debería protegerme de estas cosas”.

-Tal vez estés algo confundida. Julio es así, muy cariñoso y carismático… por eso todos lo queremos acá…

-Es que él me escribe mensajitos, me llama y me dice cositas, me manda cartas cursis…

“A mí también. Julio, eres una rata”, ahogué.

-Eso no es gran cosa. Él es medio poeta. No te pongas a asustarte o a imaginarte un acoso sexual que no existe…

-Es que no me asusta… Julio me arregla las notas, me hace aventajar… Eso es bueno.

-Tal vez es simple caridad.

-Es porque yo le mando correos y eso…

-Correos… ¿Cómo es eso?

-Le digo cosas como las que él me dice…

“Aprovechada, canalla… Si supieras que yo más bien le pedí ser rudo al evaluarme. Obviamente no lo quieres de verdad, sólo te interesan sus favores”.

-Bueno, entonces no te enrolles. Seguro son tertulias de intelectuales –solté una risita iracunda-. Hablamos otro día.

Puso cara de gallina aplastada y me detuvo cuando estaba a punto de empezar a bajar las escaleras…

-¿Tú crees que él me conviene?

-¿Ah?

-Julio… Tú sabes, es que él me gusta.

“¡Qué casualidad! A mí también y desde antes, perrita”.

-Te dije que está casadísimo, amiga.

“Y para cacho le basto yo, fíjate”, quise agregar.

-Sí, pero es que no me gusta. O sea, sí, pero como… ¡Como para tomar café!

“¿Y desde cuándo ‘tirar’. ‘coger’. ‘singar’, ‘revolcarse’, ‘echar un polvo’ tiene como sinónimo ‘tomar café’? ¡Mierda! Con un hombre como Julio podrían hacerse mil cosas: Maldades, cochinadas, perversidades, tertulias filosóficas, charlas políticas, el Kama Sutra más acrobático de la historia, lecturas dramatizadas, mercado, pasear al perro, verlo rascarse la frente, bañarse, patinar y correr o simplemente detenerse uno a olerle el cuello y sentirse en el Paraíso… ¿Y esta muelas de burro me sale con esta…”

-¡Vaina! –Dejé escapar la última palabra de mi pensamiento-. Quiero decir, ¡qué vaina! Digo, a mí no me gusta nadie como para tomar té…

-Café.

-Lo que sea. El punto es que si ese es tu problema, llévatelo a la panadería, tómense el puto café y deja su matrimonio en paz –dije dejando salir unas gotas de sarcasmo celoso.

-¡Qué divertida eres!

“Oh, sí… divertidísima, ¿no? Del gentío que deambula en este antro, a ti se te ocurre pedirme apoyo para tirarte a Julio, perdón, para tomar café con Julio, justamente a mí… A mí, chica, que llevo un tiempón en un estira y encoge intentando levantármelo sin regalármele…”

-Siempre me dicen eso…

-¿Qué?

-Que soy divertidísima.

-¿Tú crees que Julio me quiera?

-Él nos quiere mucho a todos.

-¿Será un perro?

-Todos los hombres son perros.

-¿Él es mala gente?

-No. Es buena persona. Por eso no creo que sea del tipo de hombre que le adorna la cabeza a su mujer. Lo que no me cuadra, chica, es que me digas todo esto sin conocerme.

-Así es más fácil porque sé que me aconsejarás bien, como amiga…

“Aconsejarte bien sería sugerirte que te compres el ticket de una locura memorable: Que lo encierres en el nicho que tiene por oficina, lo lances contra una pared, le arranques la ropa y te lo comas a besos… Resulta que no somos amigas y por eso te aconsejaré otra vaina…”

-Claro, amiga, mi consejo es que no te metas en ese peo. Te lo digo como si fueras mi hermanita menor: El tipo está casadísimo y siempre habla de la esposa. Vas a salir perdiendo.

-¿Tú crees?

-Totalmente.

-Pero él me invita a salir.

-No vayas.

-Pero él me manda mensajes.

-Mira, me tengo que ir, ¿sí? Hablamos otro día, amiga…

-¡Qué bueno que somos amigas! Ahora tengo a quién contarle todo lo que me pase con Julio…

-¡Genial! Pero mosca, pues…

-Sí… ¡Amigas!

-Amiguitas de más –rezongué y bajé rápidamente las escaleras, convencida de que mi manual del levante meramente discursivo era tan útil como un freezer en Groenlandia. Tenía que hacer algo más que proponerle almuerzos a Julio… Ese café me lo tengo que tomar yo primero; tengo que tomarle la delantera a esa zorra de cajón.

A tirar, digo… a comer

-Julio, estaba pensando que tenemos tiempísimo sin hablar y, tú sabes, los panas no se pueden abandonar tanto así…

-He estado full, Ángela. Lo siento. Pronto volverá la normalidad, el estrés justo de siempre, y no este infierno de ahora…

-Bueno… es que te extraño.

-¿En serio? Eso significa que quieres que vayamos a algún sitio, a algo, ¿no?

“Dale, haz lo que te dijo Amanda. Sé el cacho de una vez por todas. A fin de cuentas ya no eres virgen ni tienes veinte años. Avíspate. Ahora o nunca”…

-¿Y si vamos a tirar?

-¿A qué?

“¡Maldito colegio de monjas; estorbosa conciencia!”

-A tirar el estrés, chico, tú sabes… liberar tensiones. Un almuerzo con dos cervezas bien frías…

-Ah, pensé que te habías animado a materizalizar este amor…

Apreté la tecla roja del celular. “Luego le diré que me quedé sin saldo”, pensé mientras me persignaba.

Cacho que se devuelve…

-¿De nuevo con tu ex? ¡No, niña! Chivo que se devuelve…

-Se evita destruir una familia. Créeme, Amanda, que esta chivita no quiere achicharrarse en el infierno…

-Ay, mamita… Como si eso no fuese a caducar: El Vaticano abolió el limbo, pronto abolirán el infierno y no tendrás a qué temer o, mejor aún, abolirán el cielo y no tendrás a qué aspirar…

-No me jodas, Amanda. Quiero conservar la miseria de bondad que sobrevive dentro de mí…

-Y que se va al traste cuando aparece el tipo, ¿o no? Dime que no te vuelves gelatina cuando se acerca, que no te provoca arañarle el pellejo…

-¡Por Dios, Amanda!

-Sí, ya sé… “Tiene esposa y niñitos”. Siempre sales con lo mismo, Ángela, que no puedes acercarte a Julio… Pero, seamos honestas… ¿Qué pasa cuando sientes su olor en los pasillos?

-Caigo fumigada, como si fuera Baygon…

-¡Mentira! Caes rendida, como si fuera un palito de incienso de esos que quemas por todas partes. No te caigas más a coba y métele el pecho a esto de robarte ese marido. Total, chica, si no te lo robas tú, se lo roba otra…

-¿Para ti no existen finales felices, no?

-¡De bolas que existen! Y el tuyo está ahí, a la vuelta de la esquina, pero ni a coñazos vuelvas con tu ex…

-Amanda, mi ex me ama y es mío…

-¿Y qué fue lo que hizo con la árabe aquella? ¿Rezar el Corán?

-Sí, lo sé, me montó colosales cachos, pero yo tenía la conciencia tranquila…

-Y ya sabes que a pesar de esa conciencia tranquila la traición no te dejaba dormir. El punto es el siguiente: O eres el cacho y te gozas tu espíritu atormentado o eres la legal y te padeces el goce de la otra…

-Eres una perra, Amanda…

-Y tú una santurrona que aspira ser como yo. Vamos, chica, deja varado a Manuel y llama a Julio, invítalo a…

-¿A comer?

-O a tirar…

-¡No!

-De acuerdo… a comer…

jueves, 26 de julio de 2007

La familia que podría destruir

Está en riesgo una familia tipo película gringa: Una esposa abnegada, espectacular, que inexplicablemente se mantiene más buena que una Barbie; tres hijos de doce, ocho y tres años, un pastor alemán bastante parecido a un caballo, una jaula a reventar de periquitos australianos y un paquete de suegros, cuñados, hermanos, primos y compadres ideal para hacer parrillas y otros saraos familiares.

Sí, no es necesario que exclamen cosas como “¡Qué mala! Acabará con una hermosa familia”, eso lo sé y de allí se deriva mi ratón moral… ¿Qué pasa? ¿Acaso creen que los cachos no tenemos conciencia? Por eso esto es tan difícil, si no ya hace mucho me hubiese lanzado a la calle, le hubiese dicho todo, todito a Julio, sin tapujos, sin moral… Al fin y al cabo el recato es enemigo del placer y yo, definitivamente, me solidarizo con el segundo, salvo en días como hoy, que vi a Julio, acarreando su barriga para correr tras su hijo menor ante la mirada inerte de una filmadora que, seguro, servirá para colgar lo genial de un día de sol en algún portal, tal vez youtube.

Primero lo primero: Hablemos de Julio


Julio es uno de esos tipos que al parecer hacen brujería para gustarle a tanta gente. Julio es bajito y panzón y tan anticuado que podría anunciarse como viajero del tiempo proveniente de los años cuarenta. Julio es calvo y el poco pelo que sobrevive al paso de las angustias y los años es canoso y ensortijado. Julio es feo, lo sé, y lo saben todas las demás. Sin embargo, algo indescriptible emana de sus ojos encontrados y hechiza a quienes tienen la mala suerte de acercársele. Es como aquella fiera mitológica a la que nadie podía ver a los ojos, so pena de petrificarse. Julio encanta y enamora con su voz afeminada, con sus uñas recortadas con los dientes, con todo lo que lo hace ser un antihéroe.

Apostaría uno de mis senos a que Julio se cepilla los dientes sólo dos veces por semana y, aún así, una larga fila de mujeres mataría por robarle un beso. De hecho, he llegado a sospechar que un beso de Julio debe ser impersonal y frío, con los labios casi cerrados y sin dinamismo alguno porque, ¿saben? Estoy casi segura de que Julio usa plancha.

Y antes de enfilarse a dejarme la pregunta del millón en la sección de “Comentarios” les aclaro lo evidente: Estoy consciente de que es feo y, para colmo, está casado. Sé que no tiene dinero y si lo tuviera no lo pondría al alcance de alguna de sus barraganas. Juro por mi vida que no es un asunto de estatus, de conveniencia, y lo más importante del caso: No sé por qué lo quiero para mí.

martes, 24 de julio de 2007

El juicio al cacho



Puta, ramera, barragana, bicha, ligera, meretriz, mesalina, pervertida, viciosa, disoluta, inmoral, robamaridos, descarada, regalada, y un sinfín de formas adicionales a las citadas son buenas para identificarnos allá, a lo lejos, desde la altura del pedestal de las damas, de las “dueñas” de los tipos, de las legales… Toda la grandeza de una fémina, su delicadeza, sus pasiones, sus dichas, sus miedos, sus sueños e incluso los vestigios de inocencia que ningún detergente puede borrar, se van al traste en sólo una palabra, adjetivo, sustantivo, verbo…

¡Qué importa! Nadie se detiene a pensar que tal vez nosotras nos enamoramos desde la clandestinidad, desde las sombras, desde la furtividad y los cargos de conciencia. Nadie –o tal vez sólo unos pocos- se detienen a considerar que muchas de nosotras vamos como corderitos a confesarnos y cumplir la penitencia no por la intención de no volverlo a hacer, sino con la Fe de recibir ayuda divina para volverlo a intentar y lograrlo: Para conquistar al papacito en cuestión, para que lo que el hombre ha unido amparándose en el nombre de Dios y quizás con mal ojo y puntería, y que Dios ha tambaleado al cruzarlo a uno en el camino, se separe de la forma menos caótica y dé cabida a un verdadero –aunque para muchos ilegítimo- final feliz.

El punto es que yo he preferido autodenominarme “El Cacho” para no ser tan ruda conmigo misma y a la vez desafiar a las señoras puritanas asumiendo mi posición en la guerra que libro no por dinero o lujuria ni por conveniencia, sino simplemente por ganar el amor de un hombre, su compañía, o nada…

Lo que más me acongoja de esta situación no es ser el cacho, sino que tal condición es hereditaria y para esa tampoco existe detergente. Sin lugar a dudas y sin derecho a pataleo, una vez consumado el hurto del marido en cuestión, mis hijos serán, indiscutiblemente, unos hijos de puta.

Y si estoy aquí escribiendo estas vainas no es porque quiera fama o compasiones virtuales, ni porque me enorgullezca de tumbarle el marido a otra. Escribo, simple y llanamente, porque quiero ser el cacho y no sé cómo, porque vivo como El Coyote, porque generalmente me sale el tiro por la culata y porque, en fin, he llegado a la conclusión de que ser el cacho no es tan fácil.

Incluso he empezado a sospechar que ser puta viene genéticamente programado, que uno lo hereda de alguien, que si la abuela de uno bailó o no cancán entonces uno será o no una leona, una fiera seductora e irresistible. No obstante, haberme formado en un colegio católico y conocer la alta tasa de putas con hijas monjas; es decir, de monjas hijas de puta, me lleva a dudar de mi teoría científica y pesimista. El hecho de que mi madre sea una santa es el tiro de gracia para concluir que Mendel debió pasar menos horas escribiendo pendejadas y más tiempo montando cuernos. Así, si algo he aprendido desde que pretendo ser el cacho, es que las verdaderas bichas no nacen… ¡Se hacen!

Ahora, pues, échenle bolas los que me quieran juzgar, digan lo que tengan que decir, solidarícense o respiren por la herida, según sea el caso. Eso sí, no dejen de echarme una mano en este negocio tan complicado que es meterse a robamaridos.